martes, 15 de marzo de 2011

Una Madrugá de Pasión (El desenlace)


…Después de un buen rato de bombeo por fin llego la explosión final, aquella vez desde la primera vez que tuve mi primera relación lujuriosa con alguien fue distinta, no se si fue por la excitación o por el ambiente sobre cargado de sudor, calor e incienso, pero fue como si el alma en caso en que pueda existir se me escapara por mi miembro como parte de aquel liquido que en ocasiones puede dar la vida.

Cada chorro que salía junto con mi alma de aquel músculo tenso de placer que se depositaba en la protección contra cualquier tipo de improvisto, producía en mi compañera de lujuria una serie de espasmos que hacia que se mezclara  mi sudor con aquel liquido transparente que indicaba el éxtasis de aquel cuerpo femenino que no conocía de nada y que estaba compartiendo conmigo aquel rato de placer.

Nuestros cuerpos permanecían unidos todavía como si nos hubieran pegado con un fuerte pegamento, aun seguían nuestras respiraciones, ya no se distinguía quien era el que sudaba mas si ella o yo, éramos solo uno en aquella capilla, ante la mirada de las tallas de cristos, vírgenes y ángeles que se dibujaban y se entreveían en aquellos cuadros en penumbra.

De repente, como si de una ensoñación fuera causada por el momento tan surrealista que había vivido, escucho una serie de voces, todas monótonas y algo siniestras al principio, de las cuales sobresalía una, la  que mas miedo me produjo, era como si los ángeles, santos, vírgenes y cristos de los cuadros me reprocharan aquella blasfemia que había cometido y me quisieran condenar en el infierno toda la eternidad como aquel burlador hispalense.

-Vayámonos de aquí, Que vienen los cuervos – Me dice aquel ángel o quizás demonio mientras me empuja lejos de ella y empieza a vestirse.

Ya comprendí, aquellas voces no provenían de los cuadros si no de la gente que volvía al templo con aquella extraña imagen de un Cristo negro de la cual yo también le tengo cierto aprecio. Las voces eran cada vez más fuertes y rechinaban en mi cabeza, eran voces muy graves y también muy agudas, no había término medio ni armonía.

Como pude fui vistiéndome y sobre todo localizar mi ropa ante la mirada de aquellos ojos serios de aquellas obras de arte que me hacían que por un lado me sintiera culpable por aquella acción lujuriosa.

- Maldita moral religiosa- pensé mientras me vestía, aquella moral inculcada desde niño por tu familia aun no había desaparecido del todo por mucho esfuerzos que hubiera hecho para olvidarlos obre todo cuando uno toma la conciencia de alcanzar su propia libertad.

- Me tengo que ir- Me dijo dándome un beso en los labios y tras esto, salió hacia la puerta sin mirar hacia atrás, yo no podia seguirla porque aun llevaba el pantalón sin ajustar y no podía seguirla.

Mientras me subía la cremallera del pantalón, vi en la penumbra una especie de cordón con un emblema al final, era un colgante, demasiado grande para mi gusto, se trataba de lo que se denomina una medalla de hermandad, es decir los miembros de cada hermandad tenia un emblema diferente.

¿Dónde había visto este emblema antes? – Pensé, y al rato caí en la cuenta que aquella muchacha aun sudorosa y con la lujuria en su mirada era aquella mujer enlutada que había visto unas horas antes en una de las procesiones de aquel día primaveral.

Quise llamarla antes de que saliera del templo pero no sabia su nombre y no creo que aunque lo supiera ella podría escucharme con el ruido tan molesto de aquellos cánticos que ya dentro del templo parecían aun mas sonoros y que de algún momento a otro iban a derribar aquel edificio como aquella ciudad bíblica pero en vez de trompetas eran voces y cánticos.

Salí de la capilla y me dirigí como pude hacia la puerta y de pronto un trallazo de luz me cegó los ojos, había amanecido, todo se revelaba ante mi, aquella plaza luminosa con esas palmeras que parecen que suben al cielo. Del cielo venia yo, o quizás del infierno. Anduve unos metros cuando de repente escucho una voz que me llama, se trata de uno de mis amigos acompañado por el resto del grupo.

-¿Qué haces tu por aquí, y a estas horas?- Me pregunta.

-Pues ya ves, salí ayer por la tarde a hacer fotos y por aquí ando todavía.

-¿Vienes a desayunar?- Me pegunta otro del grupo.

Si, creo que os acompañaré a desayunar, estoy que no me sostengo en pie y tengo hambre.

Mientras bajábamos la calle de la plaza hacia la zona de las cafeterías, como un flash, mi mirada se cruza con una mirada femenina de ojos verdes, me sonríe, le sonrío, aun tenia restos aquellos coloretes producidos por la escena antes vivida, no hay palabras, solo miradas mientras acariciaba en mi bolsillo aquella medalla que había aparecido en un banco de de la capilla de aquella madrugada primaveral, Madrugá de Viernes Santo.  

                                                                        FIN


Imagen: Penitentes tras el Cristo de la Buena Muerte de la hermandad de los Estudiantes.
Foto de Juan Jose Serrano Gomez.

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